23 Domingo B Abrete
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Ábrete
En la primera lectura de la Misa de hoy, el profeta Isaías augura que cuando llegue el Mesías, los ciegos verán, los sordos oirán, y las lenguas de los mudos se desatarán. Esto es lo que ocurre en el evangelio de hoy, donde Jesús cura a un sordomudo y puede oír y hablar. Normalmente los sordos no hablan porque no pueden oírse. El evangelio utiliza una expresión hebrea, Effetha, “Ábrete”, un mandato imperativo, que manda al cuerpo a obedecer al poder de Dios. Es una expresión fuerte que se ha dejado en el lenguaje original.
Eso es lo que ocurre al bautizar a un niño. Se le abre el alma para la vida espiritual. El sacerdote dice la oración Effetha, tocando los labios y las orejas del bebé, diciendo: que Jesús te abra tus orejas para escuchar su palabra, y tu boca para proclamar tu fe. A veces el sacerdote no puede tocar sus labios porque tiene el chupete. Esto es lo que pedimos hoy a Jesús, que abra nuestros oídos para escuchar su voz, y que desate nuestra lengua para no tener miedo a defender nuestra fe.
De la misma manera que nuestros sentidos corporales nos ayudan a conectar con el mundo exterior, nuestros sentidos espirituales conectan con la eternidad. Se dice que en el cielo vamos a tener infinitos sentidos para poder amar a Dios. San Pablo habla del buen aroma de Cristo que nos atrae. El Salmo 23 nos recuerda: “prueba y descubre la bondad del Señor.” El apóstol Tomás tocó las llagas de Cristo y creyó; cinco llagas, cinco sentidos. Jesús metió sus dedos en las orejas del sordomudo y le tocó con su saliva la lengua. Somos cuerpo y alma. Necesitamos sentir los efectos de las cosas espirituales. Por esos los sacramentos son materia y forma.
La vista y el oído son nuestros sentidos más importantes. Aunque dependemos mucho de nuestros ojos, desde el punto de vista de la fe, los oídos son cruciales. Utilizamos una expresión latina: Fides ex audito, la fe entra por el oído. Aunque una foto vale más que mil palabras, a través del oído la fe puede llegar más hondo. Cuando San Pablo volvió de su visión del cielo dijo: Audivi arcana verba, oí palabras inefables que al hombre no es lícito pronunciar. Dios habla directamente a nuestro corazón. Esas palabras se graban en nuestro ser. Deberíamos adaptar nuestro oído para oír la voz de Dios. Algunos animales pueden oír sonidos imperceptibles para nosotros. Los cristianos por el bautismo tenemos una capacidad especial para escuchar la palabra de Dios. Como Samuel deberíamos exclamar: habla Señor que tu siervo escucha.
Ábrete. Nos abrimos a Dios y nos abrimos a los demás. Cuanto más abiertos estamos a Dios, más nos damos cuenta de las necesidades del prójimo. Jesús toca nuestro corazón, lo abre y lo desata. Lo deja libre para que pueda seguir los impulsos de la caridad. Si tienes tu corazón acerrojado, deja que Jesús te libere de esas adicciones que encadenan tu vida. Con una palabra sola te puede abrir el candado.
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