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VDLA: Miguel de Cervantes

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¿Cómo surgió la idea de hacer un programa sobre Cervantes? Por Miguel Ángel Maca _________________________ ¡Malditos profanadores de tumbas con estudios! ¿Quienes se han creído que son esos arqueólogos? Después de terminar de leer El Quijote, decidí seguir los pasos de la vida de su autor. Si es cierto que la infancia determina gran parte de lo que somos de mayores, visitar Alcalá de Henares era la primera parada obligada. El centro de la ciudad no quedaba lejos de la estación de tren; tras cinco minutos escuchando una y otra vez las indicaciones de unos ancianos que ya de buena mañana estaban en un banco, me quedé con tres referencias importantes: todo recto hasta el parque de los árboles grandes, cruzar la general y `pa-lante´ hasta los Santos Niños. Mientras andaba, durante un instante, me pareció escuchar una voz en mi cabeza que decía: ¡Úntame! Sonreí. Recordé a la madre Abigail llamando mentalmente a los supervivientes del “Capitán trotamundos” en la novela ´Apocalipsis´, de Stephen King. También podía ser que, últimamente, había escuchado demasiados casos de corrupción. Dejé a la derecha la plaza de Las Bernardas y el Palacio Arzobispal. El Museo arqueológico regional lo visitaría por la tarde. Desde el preciso instante en que me adentré en las calles del casco histórico, el misterioso sonido interior fue haciéndose más audible: ¡Búscame! Una de dos, o los siglos empezaban a hablarme por boca de la Historia, o la sangre se estaba coagulando en mis vasos sanguíneos por haber dormido durante tantas horas apoyando la cabeza en la ventanilla; creo que lo llaman el síndrome del viajero. Un chaval de aspecto cadavérico se acercó hasta mí. Me propuso hacer de guía por la ciudad a cambio de la voluntad. Tenía el pelo color rata corriendo. Acepté. - - La Catedral Magistral –empezó a explicar- se remonta a la época de la persecución romana a los cristianos, emprendida por Diocleciano. En el 304, los niños Justo y Pastor fueron ejecutados aquí, sobre la piedra que puede contemplarse dentro de la cripta. Cuando palpaba en el bolsillo del pantalón una moneda, decidí seguir acompañado. En un párrafo había mencionado un año en concreto, el nombre de un emperador y el de dos mártires. Era evidente que sabía de lo que hablaba. - - Desde el púlpito –continuó diciendo- La Inquisición invitaba a los fieles a luchar contra las ideas Reformistas del siglo XVI. Línea conservadora que hoy continúa la curia, manteniendo en uno de sus muros el recuerdo a los sacerdotes mártires de Jesucristo víctimas de la represión Roja. Le pregunté cómo sabía tanto. - - Fui estudiante de Historia allá por el final de los ochenta, antes de que los jóvenes empezáramos a conocer los peligros de la heroína. No me hizo falta ninguna explicación más. Había resumido perfectamente su vida. El resto, lo podía imaginar. Mi Cuaderno de Viaje empezó a llenarse de notas y de referencias. La calle Mayor, con su encanto falsamente adoquinado, dividió a dos dioses: Yahvé y Alá. Fue una callejuela, la de la Imagen, la que desafió la prohibición y unió a judíos y musulmanes. No podía ser en otra donde eligieran nacer, cada uno a un lado de la acera, un ilustre de las letras y un hombre que, siendo español, murió y fue enterrado en Francia cubierto por la bandera mejicana que le procuró algo de honor: Miguel de Cervantes y Manuel Azaña. - - La casa natal de Cervantes –concluyó- es la gran mentira alcalaína. La Diputación Provincial de Madrid ordenó destruirla y en su lugar construyó otra que pretendió conservar el estilo. Lo único original que queda en la mansión es el pozo. Cuando llegué a la plaza se hizo el silencio. El murmullo de las cientos de vidas que estaban allí no consiguió acallar el sonido interior que me empujaba a buscar algo o a alguien desde que puse los pies en la ciudad. ¡Búscame! No tardé mucho en reparar en que las vidas de los que por allí paseaban, ajenas a lo que me pasaba, lo hacían bajo la atenta mirada de un cronista de bronce. - - Para los jóvenes es el monigote, -refirió mi guía- punto de reunión antes de la fiesta; para todos, representa a Don Miguel de Cervantes. Me quedé mirando la estatua. El semblante era reflexivo. En su mano derecha sostenía una pluma a medio camino entre el pensamiento y la obra. Parecía que iba a escribir algo, anotar lo que olvidó hacer en vida. - - Bienvenido seáis, forastero. No estaba pasando, ¿qué diablos me sucedía? ¿De dónde provenía aquella voz? - No pueden las tinieblas de la malicia del hombre ni ignorancia encubrir y oscurecer la luz de mi último deseo. Quisiera yo, señor, hacer saber la mala ojeriza para con los caballeros infieles, para que viera por vista de ojos si los tales caballeros profanadores de mi tumba son necesarios en el mundo. La prudencia es virtud de primer orden y escapó mi último aliento sin tiempo de abrazarla. Que nadie perturbe mi descanso eterno a cara descubierta. No sabía cómo pero sí quién y por qué. El mismísimo Cervantes estaba poniendo en duda la autoridad de los científicos que habían localizado sus huesos en el convento de la Orden Trinitaria de Madrid, y se los habían llevado para estudiar antes de empezar a promocionar el reclamo turístico nacional. Pasé el resto del día en Alcalá. Desde que desperté del trance frente a la estatua de Cervantes no volví a escuchar ninguna voz en mi cabeza. Tampoco volví a ver al guía. Ambos se habían esfumado. ¿Qué sucedió realmente? Sólo unas pocas personas tienen la capacidad de hablar con los muertos y yo no soy una de ellas. Ya en casa abrí El Quijote por el final y releí el epitafio de Sansón Carrasco dirigido a Alonso Quijano: “Yace aquí el hidalgo fuerte que a tanto estremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó de su vida con su muerte.” Tomé un portaminas y con él, a medio camino entre el pensamiento y la obra, añadí: Véase pronto así, como lo que ahora soy, aquel que ose de aquí sacarme. Sabiendo lo que hoy sé, cómo me gustaría tener el valor de un arqueólogo.
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Recordé a la madre Abigail llamando mentalmente a los supervivientes del “Capitán trotamundos” en la novela ´Apocalipsis´, de Stephen King. También podía ser que, últimamente, había escuchado demasiados casos de corrupción. Dejé a la derecha la plaza de Las Bernardas y el Palacio Arzobispal. El Museo arqueológico regional lo visitaría por la tarde. Desde el preciso instante en que me adentré en las calles del casco histórico, el misterioso sonido interior fue haciéndose más audible: ¡Búscame! Una de dos, o los siglos empezaban a hablarme por boca de la Historia, o la sangre se estaba coagulando en mis vasos sanguíneos por haber dormido durante tantas horas apoyando la cabeza en la ventanilla; creo que lo llaman el síndrome del viajero. Un chaval de aspecto cadavérico se acercó hasta mí. Me propuso hacer de guía por la ciudad a cambio de la voluntad. Tenía el pelo color rata corriendo. Acepté. - - La Catedral Magistral –empezó a explicar- se remonta a la época de la persecución romana a los cristianos, emprendida por Diocleciano. En el 304, los niños Justo y Pastor fueron ejecutados aquí, sobre la piedra que puede contemplarse dentro de la cripta. Cuando palpaba en el bolsillo del pantalón una moneda, decidí seguir acompañado. En un párrafo había mencionado un año en concreto, el nombre de un emperador y el de dos mártires. Era evidente que sabía de lo que hablaba. - - Desde el púlpito –continuó diciendo- La Inquisición invitaba a los fieles a luchar contra las ideas Reformistas del siglo XVI. Línea conservadora que hoy continúa la curia, manteniendo en uno de sus muros el recuerdo a los sacerdotes mártires de Jesucristo víctimas de la represión Roja. Le pregunté cómo sabía tanto. - - Fui estudiante de Historia allá por el final de los ochenta, antes de que los jóvenes empezáramos a conocer los peligros de la heroína. No me hizo falta ninguna explicación más. Había resumido perfectamente su vida. El resto, lo podía imaginar. Mi Cuaderno de Viaje empezó a llenarse de notas y de referencias. La calle Mayor, con su encanto falsamente adoquinado, dividió a dos dioses: Yahvé y Alá. Fue una callejuela, la de la Imagen, la que desafió la prohibición y unió a judíos y musulmanes. No podía ser en otra donde eligieran nacer, cada uno a un lado de la acera, un ilustre de las letras y un hombre que, siendo español, murió y fue enterrado en Francia cubierto por la bandera mejicana que le procuró algo de honor: Miguel de Cervantes y Manuel Azaña. - - La casa natal de Cervantes –concluyó- es la gran mentira alcalaína. La Diputación Provincial de Madrid ordenó destruirla y en su lugar construyó otra que pretendió conservar el estilo. Lo único original que queda en la mansión es el pozo. Cuando llegué a la plaza se hizo el silencio. El murmullo de las cientos de vidas que estaban allí no consiguió acallar el sonido interior que me empujaba a buscar algo o a alguien desde que puse los pies en la ciudad. ¡Búscame! No tardé mucho en reparar en que las vidas de los que por allí paseaban, ajenas a lo que me pasaba, lo hacían bajo la atenta mirada de un cronista de bronce. - - Para los jóvenes es el monigote, -refirió mi guía- punto de reunión antes de la fiesta; para todos, representa a Don Miguel de Cervantes. Me quedé mirando la estatua. El semblante era reflexivo. En su mano derecha sostenía una pluma a medio camino entre el pensamiento y la obra. Parecía que iba a escribir algo, anotar lo que olvidó hacer en vida. - - Bienvenido seáis, forastero. No estaba pasando, ¿qué diablos me sucedía? ¿De dónde provenía aquella voz? - No pueden las tinieblas de la malicia del hombre ni ignorancia encubrir y oscurecer la luz de mi último deseo. Quisiera yo, señor, hacer saber la mala ojeriza para con los caballeros infieles, para que viera por vista de ojos si los tales caballeros profanadores de mi tumba son necesarios en el mundo. La prudencia es virtud de primer orden y escapó mi último aliento sin tiempo de abrazarla. Que nadie perturbe mi descanso eterno a cara descubierta. No sabía cómo pero sí quién y por qué. El mismísimo Cervantes estaba poniendo en duda la autoridad de los científicos que habían localizado sus huesos en el convento de la Orden Trinitaria de Madrid, y se los habían llevado para estudiar antes de empezar a promocionar el reclamo turístico nacional. Pasé el resto del día en Alcalá. Desde que desperté del trance frente a la estatua de Cervantes no volví a escuchar ninguna voz en mi cabeza. Tampoco volví a ver al guía. Ambos se habían esfumado. ¿Qué sucedió realmente? Sólo unas pocas personas tienen la capacidad de hablar con los muertos y yo no soy una de ellas. Ya en casa abrí El Quijote por el final y releí el epitafio de Sansón Carrasco dirigido a Alonso Quijano: “Yace aquí el hidalgo fuerte que a tanto estremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó de su vida con su muerte.” Tomé un portaminas y con él, a medio camino entre el pensamiento y la obra, añadí: Véase pronto así, como lo que ahora soy, aquel que ose de aquí sacarme. Sabiendo lo que hoy sé, cómo me gustaría tener el valor de un arqueólogo.
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